“Fue difícil, pero siempre he dicho que somos guerreras” – El movimiento de las trabajadoras domésticas entre la marginalidad y el empoderamiento
Créditos de Imagen: FENATRAD (Disponible en: http://www.fenatrad.org.br/site/?p=731)
Nota a lectores: Aunque grupos regionales como FITH & CONLACTRAHO en América Latina han hecho específico el uso del término “trabajadoras del hogar” sobre el término “trabajadoras domésticas”,debido a condiciones peyorativas de la domesticidad, en Brasil el término usado por las organizaciones es “trabalhadoras domésticas”. En este texto combinamos el uso de ambos términos para mantener una traducción más acertada.
Louisa Acciari
Desde 2013 y la aprobación de la Propuesta de Enmienda Constitucional n. 72, conocida como “PEC de las domésticas“, el trabajo doméstico pasó a ser más debatido y visible en el contexto brasileño. La figura de la trabajadora remunerada del hogar ha sido usada en varias ocasiones para ilustrar las disparidades sociales, como por ejemplo la foto de la pareja blanca de Copacabana saliendo a las calles a favor de la destitución de Rousseff con su niñera negra llevando el carrito de los niños, que circuló en las redes sociales en marzo de 2016. Películas y documentales como “Que horas ela volta?” o “Domésticas” tuvieron también resonancia nacional e internacional en el tratamiento del empleo doméstico y de las desigualdades de género, raza y clase que lo caracterizan.
Ante este proceso, cabe preguntarse cómo un grupo tan marginado e invisible socialmente ha logrado organizarse, y cómo obtuvo un cambio constitucional a pesar de tanta resistencia. Visto de lejos, la ley de 2015 parecía excelente, destacándose en comparación con las leyes laborales en los Estados Unidos, Europa o América Latina (OIT, 2013). Se dijo en los medios que era el fin de la esclavitud en Brasil, que por primera vez las trabajadoras remuneradas del hogar tenían derechos, y que ahora, eran igual a los demás trabajadores. La realidad, sin embargo, es más compleja y la ley no es la revolución que se prometió en 2013. Por ejemplo, contiene una disposición muy criticada por las organizaciones de trabajadoras domésticas sobre el banco de horas extras, que permite al empleador no compensar horas extras trabajadas durante los primeros 12 meses en caso de abandono por causa justa. La posición de los sindicatos de trabajadoras remuneradas del hogar contrasta con el discurso oficial de “segunda abolición la esclavitud. “
Durante mi investigación de doctorado, pude observar las actividades cotidianas de los sindicatos de trabajadoras remuneradas del hogar en Río de Janeiro y en Sao Paulo, donde entrevisté a más de 70 trabajadoras remuneradas de hogar (25 dirigentes sindicalistas, y 52 trabajadoras no sindicalizadas). Un elemento destacado en el discurso de las trabajadoras del hogar es la combinación de orgullo y vergüenza. Ellas mismas crean distinción y jerarquía entre las trabajadoras del hogar. En la cima de esta jerarquía se encuentra la niñera, y al final, la simple limpieza. En un estudio realizado por Guimarães en 2014 (citado en HIRATA, 2016b, p.198), las trabajadoras que se reconocen “sólo como cuidadoras, y no como trabajadoras domésticas, son más blancas, más escolarizadas y mejor remuneradas.”
Esta ausencia de “conciencia de ser trabajadora doméstica” se percibe en la dificultad que los sindicatos locales tienen en organizar la categoría. Las relaciones de trabajo todavía se ven como relaciones personal, tanto del lado de los empleadores y de las trabajadoras. Muchas personas con quienes conversé sobre mi investigación afirmaron: “Tengo a alguien que me ayuda en casa”. Sin embargo, no se trata de una “ayuda”, como una amiga o un pariente ayudaría en momentos de dificultad, sino de una prestación de un servicio que debe ser declarado y remunerado. La “casa de familia” no es considerada como un lugar de trabajo y, por lo tanto, cualquier reglamentación de las relaciones empleador/a / trabajador/a del hogar se vuelve compleja. Muchas empleadas generan vínculos emocionales con la familia para la que trabajan y desarrollan relaciones personales que esconden las relaciones de trabajo (ÁVILA, 2009, 2016; BARKER & FEINER, 2009; BRITES, 2014; GUTIERREZ-RODRIGUEZ, 2014). Afirman, por ejemplo, que si trabajan bien, serán bien tratadas por sus patrones, como si el “buen trato” fuera opcional y dependiente del desempeño individual.
Algunas trabajadoras negras también se refirieron a sus patrones como “mi familia blanca “. Esta relación afectiva es fuente de mucha decepción y, en momentos de conflictos laborales, la trabajadora acaba siendo perjudicada y herida por perder la relación de confianza que mantenía con las familias. Muchas mencionar la “traición” de una patrona en la que confían, y además de cuestiones materiales y del dinero, parece que la falta de respeto afecta aún más a las trabajadoras. Además, las militantes sindicalistas se oponen a la expresión “mi familia blanca”, considerándola como parte del mito de la democracia racial e instrumento de desmovilización de las trabajadoras del hogar. “Relación de confianza” es una expresión que aparece a menudo en las entrevistas, como si la confianza estuviera por encima de la ley o del contrato de trabajo. A pesar de ello, ciertas trabajadoras del hogar ven el contrato de trabajo con desconfianza y tienen la impresión de que puede ser usado contra ellas. Así, una trabajadora no sindicalizada explicó: “Perdí mi caso porque tenía un tal contrato. Nunca me gustó trabajar con contrato. Nunca me gustó. Por eso perdí, porque ellos hicieron prevalecer el contrato.”
Las relaciones afectivas e individualizadas entre patronas y empleadas sostienen también una cierta idea de meritocracia, según la cual la trabajadora del hogar, si trabaja bien, será recompensada y bien tratada. La ética de trabajo como instrumento de movilidad social individualiza la pobreza, colocando la responsabilidad en el trabajador y no en las desigualdades estructurales del mercado de trabajo.
Las historias de vida de las trabajadoras del hogar dirigentes sindicalistas son bastante parecidas con las de las trabajadoras no sindicalizadas: marcadas por la pobreza, la violencia y la discriminación. Las dirigentes, sin embargo, tienen una percepción distinta de la categoría. Ellas tienen un discurso más crítico sobre la ley de 2015, demuestran un orgullo mayor de ser trabajadoras remuneradas del hogar y articulan más claramente las dimensiones de raza y género. Todas insisten en el reconocimiento del trabajo remunerado del hogar y en la inclusión de las trabajadoras del hogar en la clase trabajadora brasileña. Esta diferencia entre sindicalistas y no sindicalizadas es lo que llamo “efecto sindical”.
Creuza Maria Oliveira, presidenta de la FENATRAD de 2001 a 2016, articula de manera clara las dimensiones de género, raza y clase en su discurso, e insiste en la continuación histórica entre la esclavitud y el trabajo doméstico:
“La lucha de las trabajadoras remuneradas del hogar en en Brasil, tiene que ver con género, raza y clase. También tiene un remanente o un proceso histórico del movimiento contra la esclavitud. Nosotros, negras, negros, fuimos traficados de África para acá para Brasil. La mayoría trabajaba los cultivos, los otros trabajaban en la Casa Grande. (…) Tiene una continuación histórica. Hemos sido nodrizas, mucamas, empleadas … y, hoy, decimos que somos trabajadoras domésticas y hacemos parte de la clase obrera brasileña.”
Colocar a las trabajadoras del hogar como descendientes directas de esclavas africanas permite resaltar la dimensión racial de la explotación. En su discurso, la lucha por la ampliación de los derechos existe desde hace siglos. Creuza insiste también en la pertenencia a la clase obrera. El trabajo doméstico es trabajo y la igualdad de derechos pasa necesariamente por el mundo del trabajo y las leyes laborales. En la entrevista, mencionó, por ejemplo, la Ley Maria da Penha y la cuestión de la violencia, la criminalización de los jóvenes negros y la falta de servicios públicos que ayuden a las mujeres trabajadoras como guarderías. El trabajo doméstico se encuentra en la intersección de todas estas problemáticas y, además de acciones específicas, como la ley de 2015, las trabajadoras del hogar también necesitan de acciones transversales.
En la cuestión de la valorización del trabajo remunerado del hogar, todas las dirigentes son unánimes y sus discursos contrastan claramente con la percepción de las trabajadoras de hogar no sindicalizadas. Creuza explica con mucha lucidez la importancia del trabajo doméstico en la economía brasileña, y el porqué de esta profesión ser la base de la organización social: “Contribuimos a la economía mundial y brasileña. La fuerza de nuestro trabajo contribuye a la economía. Pero, desgraciadamente, la sociedad no valora este trabajo porque, primero, es hecho por mujeres y mujeres negras. Pero, también, porque ellas no necesitan ir a la facultad para ejercer esa profesión. La profesión valorada es profesión que usted ha estudiado en la universidad, ahí sí, tiene estatuto.”
A diferencia de las trabajadoras doméstica no sindicalizadas, que reconocen pero aceptan la falta de valorización de la profesión, Creuza entiende este proceso como discriminación. Se cuestiona la jerarquía social y la noción de trabajo calificado / no calificado. Así, vemos que a pesar de ser marginadas e invisibilizadas, las trabajadoras domésticas se organizan (desde los años 1930) para exigir igualdad de derechos y ser reconocidas como trabajadoras. La reforma constitucional de 2013, que se convirtió en ley en 2015, representa un paso importante en la lucha por la igualdad, aunque todavía existen lagunas, como el banco de horas extras o el estatuto de la diarista. En el contexto actual, sus luchas colectivas aparecen como más importante que nunca, tanto para mantener los derechos conquistados como para ampliarlos hasta alcanzar la igualdad total de derechos.
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